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El terrorismo en escena

Es un fenómeno que tras dos guerras mundiales, en esta llamada época de paz mundial, sigue ocurriendo por diversos escenarios del planeta e inquietando a gobiernos nacionales e instituciones mundiales.
Por esa intercomunicación rápida y televisada de nuestra aldea mundial, el terrorismo (como otros fenómenos) trasciende las fronteras y se convierte en un problema internacional.

Caso reciente de cobertura mundial: la del Charlie Hebdo (semanario caústico y burlón) de París. Dedicó portadas a extremistas islámicos que en acción terrorista asesinaron 12 personas (al director y 7 más) y ultimaron a un policía en la calles (que resultó ser musulmán). Otra en enero 2005: Mahoma, tapándose su rostro oscuro y avergonzado exclama: “Es para mí muy duro verme amado por unos estúpidos extremistas”.

 

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El terrorismo es una variante de la violencia humana. Es una forma de aplicar la violencia a alguna situación conflictiva. Tiene como finalidad amedrentar, crear un temor incontrolable, aterrorizar a un individuo o a toda una colectividad a fin de obtener determinados resultados, mediante el terror. Terrorismo viene de terror. Y no es algo de este tiempo ni siquiera de sólo el siglo pasado. Ya Jenofonte, cuatro siglos antes de Cristo, habla de las ventajas de atemorizar a las poblaciones civiles, para lograr mejores efectos de la guerra. . El término terrorismo está asociado, en su origen, al régi­men del terror impuesto por el Directorio durante la primera etapa de la Revolución Francesa, entre 1793 y 1794.  Era lo que hoy se denomina “terrorismo de Estado”, es decir, el uso sistemático de la violencia para infundir temor y sumisión a la población.
El terrorismo se convirtió en signo de “guerra” en tiempos recientes. En especial desde los años setenta cuando el fenómeno tuvo un desmesurado auge en distintas partes del globo (15). La violencia, utilizada en forma selectiva por un Estado contra objetivos específicos o en forma discriminada contra civiles o ejercida con la intención de producir efectos de terror e intimidación sobre la población en general o sobre un sector de ella es  “terrorismo”. Su ascenso en tiempos modernos se dio en los años setenta cuando grupos pro-palesti­nos usaron este tipo de métodos para elevar el nivel de su guerra contra Israel. Paradójicamente, fueron antes los grupos judíos de pro-independentistas los que usaron métodos de terror para expulsar a las tropas inglesas de lo que sería más tarde el Estado de Israel. El secuestro de aviones de pasajeros civiles para pedir liberación de presos o los actos de propaganda armada para ventilar las causas de lucha fueron frecuentes en la primera mitad de los setenta en Europa y Medio Oriente, y se extendieron a otras latitudes y a otras motivaciones de guerra.
Desde entonces prácticamen­te todos los grupos separatistas, independentistas o revolucionarios  han recurrido en mayor o menor grado a métodos terroristas en el desarrollo de su lucha armada. Uno de los elementos que se identificó como amplificador del terrorismo moderno fue el poder de los medios de comunicación. Matar a uno y amedrentar a cientos es lema favorito de todo terrorismo, aun del estatal por parte de un gobierno opresivo;  y para maximizar la amenaza los medios masivos de comunica­ción son el vehículo ideal.
No se puede asimilar el terrorismo a la actividad guerrillera ni a la violencia indiscriminada. Tampoco puede identificarse con las tácti­cas de sabotaje económico que hacen parte del inventario de la guerra convencional y de la revolucionaria. Terrorismo es el uso de la violencia para producir temor colectivo con propósitos de afectar decisiones de un Estado. El terrorismo ha sido utilizado tanto por grupos inconformes de una  población con miras a llegar a ser Estado-nación como por los gobernantes de Estados-nación ya constituidos para consolidar su poder o disuadir a ciudadanos por la vía del temor a manifestaciones y acciones en contra de los fines que se ha fijado.
Terror es el recurso intimidatorio al que recurren ciertos regímenes para mantenerse en el poder. El ejemplo más conocido fue el del período de la dictadura del Comité de Salud Pública, impuesta por Robespierre, Saint-Just y Carnot cuando la revolución francesa, que duró casi un año, hasta el Thermidor (27 julio 1794). Su precio fueron casi 40.000 víctimas guillotinadas. Pero casi tres siglos antes, Maquiavelo ya recomendaba que para mantener el poder, era necesario periódicamente “infundir el terror o el miedo en los hombres que lo habían infundido para conquistarlo”. Y Nerón y Tiberio, mucho antes, lo aplicaron así en Roma. En nuestro siglo, Trotski (en su famoso “Terrorismo y Comunismo”), disiente de Kautsky y recomienda el terrorismo como conjunto de medidas de lucha contra las tentativas contrarrevolucionarias. El terror puede, pues,  asumir muchas caras, pero todas convienen en adoptar un mismo método: la implantación del terrorismo.
En síntesis, podemos definir el terrorismo como la aniquilación deliberada y sistemática, desbaratando y amenazando al inocente (ya sea individuo o colectivo), para inspirar temor, con miras a lograr ciertos objetivos, por lo general políticos.
Para Yona Alexander (Universidad de New York), terrorista es aquel que hace uso criminal e indiscriminado de la fuerza para intimidar a un grupo más amplio que el círculo de las víctimas más inmediatas o naturales, con miras a lograr objetivos realistas o imaginarios. En general, el terrorismo envuelve la idea, por una parte, de golpear por sorpresa y sin miramiento, lo que se estima un objetivo (goal) político-militar; y por otra parte, la idea de aterrorizar al adversario, de provocar miedo, inseguridad, entendiendo por adversario incluso a la sociedad misma. El objetivo es causar miedo junto con inestabilidad, debilitar al adversario sin importar el costo en vidas de inocentes (niños, familias, espectadores, servidores públicos).
André Malraux, en uno de sus trabajos políticos, ubica el terrorismo dentro de una patología entre la esperanza y la desesperación. El grupo terrorista abriga la esperanza de un éxito frente a un enemigo que se lo considera demasiado poderoso como para luchar contra él con armas más convencionales. Y es el accionar de un desesperado que se encuentra acorralado y busca, aterrorizando, el desahogo de la venganza con la destrucción.
Según R. Kupperman (director de un Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales norteamericano), el terrorismo es extorsión política, es la guerra del débil, que usa teatralidad para dar una imagen de impotencia al poderoso. Los terroristas no reconocen ninguna regla o convención de guerra o derecho humano internacional; no distinguen entre combatientes y no combatientes. En su mundo maniqueo (de bien o mal, de blanco o negro), nadie tiene derecho a ser neutral. O se está con ellos o contra ellos.

        Asesinato político como terrorismo
Mezclado con cierta tendencia al anarquismo, desde el siglo XIX se utilizó el terrorismo para despertar la conciencia popular y obligarla a dar el salto del resentimiento pasivo a la lucha activa. Se trataba de eliminar personajes que representaban y en cierto modo encarnaban como símbolos lo que se quería destruir. El movimiento clandestino “Naródnaia volia” sale del anonimato ante el pueblo, poniendo bombas a los funcionarios del régimen y asesinando al zar Alejandro II (Iº marzo 1881). No escapan de esta dialéctica los asesinatos de los presidentes McKinley y Kennedy en Estados Unidos; de los líderes Gandhi en India y Luther-King jr. en EUA; el intento de eliminar a Juan Pablo IIº en la plaza de San Pietro en Roma; el asesinato de Olaf Palme en 1986, primer ministro sueco y conocido por sus esfuerzos de paz en el mundo. Y más cercanos a nosotros en Colombia, están los asesinatos en 1989, de tres precandidatos presidenciales perpetrados por sicarios del Cartel de Medellín, pagados por los capos Pablo Escobar y Rodríguez Gacha (“el mexicano”); así como las balas que han eliminado figuras brillantes que encarnaban la risa y el talento colombiano al servicio de la verdadera paz como eran el humorista Jaime Garzón y el profesor universitario Jesús Bejarano.

           Publicidad y terrorismo
Un reconocido historiador del terrorismo, como es Walter Laqueur ha escrito que “el acto terrorista no es casi nada en sí mismo, mientras que la publicidad de ese acto es casi todo. En el fondo, la subversión es una exhibición: pretende proyectarse como un espectáculo. El éxito de una operación terrorista depende casi por completo de la cantidad de publicidad que recibe”. Esta fue una de las principales razones que movieron a cambiar la guerrilla campesina en Colombia por la guerrilla urbana en los años 60. En las ciudades, el terrorista puede contar siempre con la presencia de periodistas y cámaras de TV. Por ello, cualquier política exitosa antiterrorista debe empezar por quitarles pantalla y ´vitrineo´ gratis a los terroristas.
En este sentido es difícil no pensar que algunos medios de comunicación desempeñan un papel (no pretendido) de <idiotas útiles> de quienes los utilizan. En todas partes del mundo, la bestia del terrorismo se alimenta con la propaganda gratis y espectacular que le brindan los medios y que les permite agigantarse para intimidar a una sociedad y, si pudieran, llegar a paralizarla.

           El terrorismo revolucionario
Hay un terrorismo que se utiliza con fines políticos, por parte de un grupo o movimiento con miras a desestabilizar el país y obtener algunos resultados políticos supuestamente “revolucionarios”, es decir, que ayuden a sustituir un sistema político por otro.
Las bandas terroristas solamente anidan en las democracias. No hay espacio para ellas en un régimen fascista o totalitario. Ejemplos, las “Brigatte rossi” en Italia, la banda “Baader Meinhof” en Alemania, el “Frente Islámico de Salvación” (ahora sustituido por la corriente extremista islámica el IS Estado Islámico). El ETA en España, el Hamas en el sur del Líbano e Israel, el movimiento Tamil en Sri Lanka, “Sendero Luminoso” en Perú, las FARC y el ELN en Colombia han sido terroristas.
 Hay terrorismos  étnicos, como el del Ku-Klux-Kan en Estados Unidos, el de los hutus contra los tutsis en Ruanda y Burundi, el de los serbios contra los bosnios y los kosovares. Hay también terrorismos por razones eminentemente religiosas, como el de “La Verdad Suprema” de origen budista. Y hay terrorismos por razones simplemente mercantiles, como los de la Mafia y Carteles de la droga.  Y los hay por razones predominantemente nacionalistas. Tal el del grupo “Mau Mau” en Kenia, cuando era colonia británica; tal vez el de los “tupamaros” en Uruguay y el de los “montoneros” en Argentina; ciertamente el de la fracción del IRA en el Ulster, buscando la integración de la República de Irlanda en Gran Bretaña, hasta el exitoso acuerdo vigente.
           ¿Revolucionarios terroristas?
Es curioso y anacrónico que movimientos o grupos supuestamente “revolucionarios” sigan recurriendo al terrorismo como vía para intentar la conquista del poder. Porque no hay en la historia política de la humanidad registrado el hecho de que un pequeño grupo terrorista se haya adueñado del poder político por tal vía. “La sociedad tolera usualmente el terrorismo sólo mientras no pase a ser una molestia” (W. Laqueur). Así ocurrió con los Tupamaros y los Montoneros y los Senderistas. No se adueñaron del poder; pero sí produjeron suficiente malestar y contra­terrorismo; tanto que exasperaron la represión del régimen político del momento, con una posterior evolución democrática de la sociedad, que los deja sin pretextos. Y esto parece va a pasar en Colombia, si las FARC y el ELN dejan al fin su equivocada  metodología  terrorista de “propaganda con sangre y extorsión”.
En forma muy clara han fijado posición al respecto los grandes estrategas de la revolución de izquierda marxista. Lenin, en “EL MARXISMO Y LA INSURRECCION” recalca que la insurrección no puede apoyarse en simples acciones terroristas, sino que ella debe cabalgar sobre el ascenso revolucionario del pueblo. Y debe darse en el momento oportuno y favorable de “viraje de la historia”. No antes ni después. Y el momento de viraje de la historia es el momento favorable a la revolución, el momento crítico en la historia de un país, “cuando los de abajo no quieren y los de arriba no pueden seguir viviendo como antes”. Y a este factor objetivo, que suele ser una crisis nacional general, debe añadirse el factor subjetivo, la capacidad de una clase revolucionaria para llevar a cabo acciones revolucionarias de masas bastante fuertes. Para Lenin, la insurrección armada es un arte; algo serio, responsable, creativo. No puede reducirse a un aventurismo ni a un “putchismo” ni a un accionar terrorista. Su condición “sine qua non” es “acercarse a las masas”. Hay que conquistar las masas y no alejarlas, como condición previa para la conquista del poder. Para la auténtica estrategia marxista-leninista, las acciones terroristas, desvinculadas de un verdadero ascenso revolucionario de las masas, son sólo gestos desesperados, estertores de quienes no creen en la revolución. No pasan de ser simples fuegos fatuos de publicidad sangrienta, simples crispaciones armadas de no-revolucionarios. “El terrorismo de grupos pequeño-burgueses anarquistas, es el resultado así como el síntoma y el compañero de la falta de fe en la insurrección, de la falta de condiciones para la revolución” (Clara Setkin).
Democracia y terrorismo
Lo difícil para un régimen democrático es cómo defenderse contra estos grupos o movimientos que utilizan medios y tácticas antidemocráticas. Ya lo advertía el profesor Ferracutti de Roma: “Los terroristas toman ventaja de todas las libertades legales y saben que estas libertades no pueden ser suprimidas selectivamente”. Las sociedades democráticas prácticamente no imponen restricciones a hablar, a moverse, a comunicarse, y muy pocos límites al derecho de reunión y de manifestación. Los israelíes, que tienen una larga y amarga experiencia en defenderse de los terroristas, previenen, con razón, que ceder a sus peticiones es la peor respuesta de todas. Dice Heyward Isham: “Puede parecer cruel, pero el minuto en que los terroristas piensan que pueden chantajearlo a usted lleva una cadena sinfín de exigencias”. Lo que Walter Laqueur corrobora: “Cuanto más peligroso es su contrincante, tanto mayor el peligro de ceder”. Los gobiernos democráticos, cuando las vidas de los rehenes o secuestrados están en peligro, quedan sometidos a una muy intensa e intolerable presión. Pero aun entonces, los expertos israelíes aconsejan que “bajo ninguna circunstancia un gobierno debe descartar categóricamente una respuesta militar simplemente por el riesgo de bajas civiles. Debe tratar de minimizarlas. Pero no puede garantizar inmunidad al agresor terrorista simplemente porque su eventual respuesta pueda poner en peligro a los civiles. Los terroristas generalmente tienen miedo a una intervención militar, y ese miedo tiene un tremendo efecto inhibitorio para aplicar violencia sobre los rehenes. La única política aconsejable a un gobierno chantajeado así es el rechazo a ceder y la presteza para aplicar la fuerza. Política que consiste en decir al terrorista: ’no aceptaré sus exigencias; le exijo que suelte a los secuestrados; y si no lo hace pacíficamente, estoy preparado para usar la fuerza’. El terrorismo no enfrentado con vigor, inevitablemente crece..”.
El terrorismo que sustituye la lucha política (legal o no) por el atentado sanguinario, el secuestro cobarde y vil o el asesinato indiscriminado, hace dudar seriamente de la autenticidad de los intereses políticos e ideológicos que tal grupo terrorista dice defender.
¿ Red del terror internacional
De hace un siglo para acá, comenzaron a darse, a nivel internacional, algunas acciones espectaculares, de grupos y movimientos que aplicaban violencia criminal (bombas, gases letales, secuestros, asesinato de personajes) para producir directamente temor en la gente que observaba, y a través de los medios masivos, impactar gobiernos y opinión internacional.
Desde la segunda mitad del siglo, los principales terrorismos de carácter internacional provinieron de dos matrices ideológicas o doctrinarias:
1) la del totalitarismo comunista, cuando la Guerra Fría, que proliferó en países occidentales ricos, más o menos democráticos, desde Japón a Uruguay y Argentina, pasando por Alemania, Italia, España y otros.
2) La del radicalismo islámico, urticante con todo lo que tiene que ver con el Estado de Israel y que ha favorecido causas proislámicas en Siria, Líbano, Iraq, Yemen del Sur, Argelia, Chechenia, Daguestán, Timor... Algunos pocos Estados (Iraq, Libia, Cuba. Irán) internacionalizaron el terror, en su momento, sirviendo de base de operaciones para ciertas acciones hostiles y prestándose como santuarios para proteger a los terroristas (caso Abu Nidal y otros). Todo dentro de un cálculo interesado de costos y beneficios.
Para Claire Sterling, autora de “La red del terror”, se buscaba esencialmente debilitar a Occidente, aplicando la definición clásica de la guerra formulada por Clausewitz: la Guerra es continuación de la política, por otros medios menos caros, menos peligrosos, pero no menos siniestros. Las guerras de Estado a Estado son demasiado devastadoras y traen un desgaste a todo nivel. El terrorismo tiene sus ventajas en el mercado de la guerra: hace la guerra sin los riesgos que la guerra comporta. Exige menos inversiones y debilita al enemigo sin declarar abiertamente hostilidades.
Se llegó a hablar de una especie de Multinacional del Terror y se la relacionó con el grupo de Mohammed Boudia en Buenos Aires.  Vino el grupo terrorista  Al Qaeda y eliminación de Osama Bin Laden. Hoy el IS (Estado islámico´) con sus atrocidades intenta amenazar e intimidar a casi todo el mundo. Algo que no es una fábula y nada risible. La gran diversidad de las bandas terroristas y su volatilidad ideológica, hacen difícil pensar en un centro mundial, eficaz, que marque las directrices estratégicas y tácticas a sus asociados, al estilo de lo que hizo, en su tiempo, la Illa. Internacional Socialista en otro plano. Las fuertes presiones políticas, económicas y militares ejercidas por Estados Unidos y sus aliados, acabaron por desalentar el aventurismo terrorista en que se habían embarcado Cuba, Libia e Irán.
Pero se insiste, con razón,  en que el éxito del terrorismo en alguna pequeña parte del mundo, estimula a los terroristas de cualquier otro lugar-. Al terrorismo (en sus dos formas: la de instrumento de guerra contra un Estado-nación y la de instrumento de intimidación de un Estado ya constituido contra su población o parte de ella),  hay  que manejarlo como un problema de Derecho Internacional Humanitario, en una lucha que sea efectiva y mancomunada tanto mundial como interamericana, sin excepción de país alguno.
“El caballo cadavérico”
Con este título y bajo seudónimo, publicó en Francia en 1909 una novela el terrorista ruso  Boris Savinkov. El libro era sencillamente el diario de un terrorista. La alusión al libro sagrado del Apocalipsis es clara. Allí en el capítulo 6, verso 8, se consigna cuando se abre el cuarto sello: “Se presentó un caballo verdoso. Al que lo montaba lo llaman la MUERTE, y detrás de él montaba otro: el LUGAR DE LOS MUERTOS. Se le dio permiso para exterminar la cuarta parte de los habitantes de la tierra por medio de la espada, del hambre, de la peste, de las fieras”.
El terrorismo, en todas sus formas y con sus varios aperos, es un exterminador cruel.
Pero ello no le da derecho a existir en una humanidad civilizada. Porque, según aquel axioma de la célebre penalista española Concepción Arenal: “La crueldad, en ningún caso, puede ser un derecho ”.
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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